La verdad es que si la cosa ya pintaba mal en la industria de los videojuegos por los despidos que se vienen produciendo en los últimos tiempos, lo ocurrido hace un par de días tiene a todos acongojados porque la dimensión del agujero nadie sabe ya calibrarla. Que Microsoft se haya cargado de un plumazo a 9.000 personas, muchas vinculadas a estudios y proyectos del área de Xbox, indica con bastante precisión que la cosa no solo no ha terminado, sino que puede empeorar mucho más.
El caso es que ayer os contamos con bastante alarma cómo habían desaparecido proyectos vinculados al estudio que en su momento fue conocido como Rare, pero que ahora estaba diluido dentro de la estructura de los norteamericanos. El remake, reboot o como queráis llamarlo de Perfect Dark se ha ido al garete, al igual que otros muchos nombres. Hoy, por ejemplo, ya somos más conscientes de la magnitud al haberse unido al club el proyecto de John Romero (el de Doom) y… un Warcraft que andaba por ahí luchando por hacerse un hueco en el mercado.
Microsoft cierra por vez primera un Warcraft de Blizzard
Cuando conocimos que los de Phil Spencer iban a comprar Blizzard, los más veteranos que seguimos desde los 90 las andanzas de la compañía de Irvine nos echamos las manos a la cabeza. Y eso fue porque, si por algo se había caracterizado la empresa de los Michael Morhaime, es por una cruda y brutal independencia, que no dejó que nadie se metiera en sus asuntos bajo ningún concepto, siquiera cuando unió sus caminos con Activision.
De repente, vemos cómo Blizzard se ha convertido en el muñeco de una empresa como Microsoft que, al menos en videojuegos, no duda en cortar cabezas y no apostar por las cosas cuando estas dan la más mínima señal de debilidad. Así que, entre las decisiones que se han tomado en los últimos días, los responsables del área de videojuegos han bajado el pulgar para sentenciar a Warcraft Rumble, la apuesta de los de Irvine por tener su propio Clash Royale para hincharse a tener ingresos millonarios vía móvil.
Es cierto que no es el producto más significativo del catálogo de los norteamericanos, pero como suele decirse: «no es por el huevo, es por el fuero». Es decir, no se trata tanto de la importancia económica del juego, que será muy discreta, como del hecho en sí mismo de atreverse a coger una IP de Blizzard y cerrarla delante de las narices del propio equipo directivo de la marca. Decisión que abre la puerta a que los de Sarah Bond mangoneen con franquicias de mucho mayor calado como los Diablo, StarCraft o, ¿por qué no?, World of Warcraft.
Como os decimos, son tiempos complicados para los profesionales de la industria de los videojuegos, pero más todavía para empresas que han tenido una trayectoria intachable y que ahora, al pertenecer a otros dueños que seguramente no entiendan su trascendencia para los usuarios, la están manoseando y desnaturalizando hasta convertirla en otra cosa. Y así terminan por caer algunos imperios. Con un simple detallito aparentemente insignificante como este.