La llegada de los SSD M.2 al mercado ha supuesto un incremento cualitativo en cuanto a las prestaciones que estos ponen encima de la mesa y el poco peso y espacio que representan a la hora de montar un nuevo sistema. Sin embargo, no es oro todo lo que reluce en estos nuevos dispositivos de almacenamiento.
La llegada del estándar de transmisión de datos SATA dejó completamente obsoleto al estándar PATA que nos había acompañado en nuestros equipos prácticamente desde los comienzos de la informática de consumo. Mucho más importante fue el salto en rendimiento que se dio con la aparición de los primeros SSD en el mercado. Algo menor fue el impacto que causaron los SSD M.2 cuando llegaron al mercado inicialmente. Pensados para su uso en ordenadores portátiles o ultra portátiles, ofrecían el mismo rendimiento que el que se podía obtener de una unidad de 2,5″ pero en una fracción del espacio.
El salto realmente importante en el rendimiento es la llegada del estándar NVMe y el uso del bus PCIe para estos dispositivos de almacenamiento sólido. Gracias a ambas características, el salto en el rendimiento de estas unidades ha sido bastante grande, frente al rendimiento que generalmente es capaz de proporcionar el bus SATA que emplean las unidades de 2,5 pulgadas y algunos SSD M.2. No hay más que ver como las velocidades de lectura de ciertos modelos sobrepasan ya los 3 GB/s, mientras que las de escritura ya superan, en bastantes modelos, los 2 GB/s.
Los SSD M.2 tienen, como principal desventaja, el calor que generan
Una de las grandes ventajas de los SSD M.2, el reducido tamaño que ocupan, es también la causante de una de sus principales desventajas: sus altas temperaturas de funcionamiento. Porque, si las unidades de almacenamiento en formato de 2,5″ es muy raro verlas sobrepasando los 60 ºC, esta temperatura no es descabellada para las unidades en formato M.2. Esto se debe a que el espacio en el que se concentran todos los chips de memoria NAND es muy reducido lo que, sumado al hecho de que se suelen conectar directamente a la placa base, y muchas veces en zonas que carecen de una adecuada ventilación, no es extraño ver cómo estas unidades llegan a alcanzar los 90 ºC cuando se está pidiendo mucho esfuerzo de ellas.
Estas altas temperaturas, que suelen darse más en las unidades que funcionan empleando el bus PCIe que en las que lo hacen empleando el bus SATA de la placa base, el SSD M.2 las intenta combatir empleando una técnica que ya llevan los procesadores y GPU empleando desde hace años: hacen throttling. Esto quiere decir que bajan las frecuencias de funcionamiento de su controlador hasta un nivel en el que la temperatura deja de ser un problema. Pero, claro, esto a su vez suele llevar aparejado una pérdida de rendimiento que se nota bastante en el uso.
Frente a este problema, o bien se puede optar por ponerle a nuestro SSD un escudo térmico, que ayude en la disipación de las temperaturas, o bien situar un ventilador en su proximidad, que dirija todo su caudal de aire hacia el SSD.