El año 2025 está siendo el que ha convertido a los chips para IA en el recurso más codiciado del mundo tecnológico, y muchos ya lo comparan incluso con el petróleo por su capacidad de impulsar la economía y desatar conflictos geopolíticos.
Desde plataformas de redes sociales hasta los titulares de los medios más reconocidos a nivel mundial, la narrativa es clara: quien controle la producción de los chips para IA tendrá una ventaja estratégica en esta era moderna. Pero, ¿por qué estos pequeños componentes están en el centro de una guerra tecnológica global? Y más importante todavía, ¿qué impacto tendrá esto en el futuro?
Los chips, el corazón de la revolución de la IA
Cuando hablamos de chips para IA, podemos referirnos desde a unidades de procesamiento gráfico (GPU, tarjetas gráficas) hasta a procesadores personalizados específicamente diseñados para ello, como los de TSMC. Se han convertido en la columna vertebral de la inteligencia artificial moderna, ya que permiten entrenar y ejecutar modelos de IA generativa, como los que dan vida a los famosos chatbots como ChatGPT o Grok o los que se utilizan, por ejemplo, en súper ordenadores o en sistemas de conducción autónoma.

En el CES de este año 2025, NVIDIA presentó su QuantumX AI Supercomputer, un sistema que promete multiplicar hasta por diez el rendimiento de los centros de datos actuales, consolidando su liderazgo en este sector. Sin embargo, la demanda de estos chips sigue superando con creces la oferta, y según estimaciones recientes el mercado global de chips para IA alcanzará los 500.000 millones de dólares para 2027, impulsado por la adopción masiva de IA en industrias de todo tipo, incluyendo salud, automoción o incluso los videojuegos.
Por ejemplo, la arquitectura UDNA de AMD que está diseñada para las consolas de próxima generación (como la PS6) refleja esta convergencia entre la IA y el hardware de consumo.
Se avecina una batalla geopolítica
El dominio de los chips para la IA se está concentrando en solo unas pocas empresas y regiones, lo que ha encendido las alarmas en los círculos políticos de los países que se están quedando atrás. Sin ir más lejos, la compañía taiwanesa TSMC ahora mismo fabrica más del 60% de los chips avanzados del mundo, incluyendo los que utilizan los grandes contendientes de esta carrera como NVIDIA, AMD o Apple. Esta dependencia ha convertido a Taiwán en un punto crítico geopolítico, especialmente con las tensiones entre EE.UU. y China.

Estados Unidos, bajo el gobierno de Trump, ya ha respondido con medidas muy agresivas como restricciones a la exportación de chips a China y subsidios millonarios para construir fábricas en su país. Sin embargo, construir una fábrica de chips es algo que puede llevar varios años, y Europa está también en medio luchando por reducir su dependencia de Asia.
Mientras tanto, China está acelerando su inversión en fabricantes nacionales como SMIC, y aunque todavía está tecnológicamente rezagada con respecto a tecnología punta, se ha convertido en un rival que está causando mucha preocupación en todos los contendientes de esta batalla. Este juego de poder por los chips de la IA ha sido bautizado por algunos como «el nuevo campo de batalla del siglo XXI».
La carrera tecnológica tiene muchos costes ocultos
A pesar del gran entusiasmo que está generando esta carrera por los avances en la IA, también tiene un lado oscuro: la fabricación de chips avanzados es increíblemente cara. Fundiciones como TSMC consumen más electricidad que algunas ciudades pequeñas, y el agua ultra pura requerida para producir chips plantea también desafíos en regiones propensas a la sequía. En un mundo que persigue la neutralidad de carbono, el impacto ambiental de los centros de datos impulsados por IA es un tema que está empezando a discutirse ya.

Además, la concentración de la producción también plantea riesgos económicos. La escasez de chips, algo que ya sufrimos hace algunos años en industrias como el hardware de PC o la automotriz, podría agravarse más si la demanda de chips para IA sigue creciendo en los próximos años. Las empresas más pequeñas, sin el poder económico o de negociación de gigantes como NVIDIA o Apple, se enfrentan a dificultades para acceder a estos componentes, frenando su crecimiento y su posibilidad de innovación.
¿A dónde nos lleva esta carrera?
Los chips para IA no son solo una cuestión técnica, sino que son un reflejo de los temores y las ambiciones de la edad moderna en que vivimos. Por un lado, prometen avances sin precedentes, como tratamientos médicos personalizados o ciudades más inteligentes. Por otro lado, su control está en manos de tan solo un puñado de empresas, lo que plantea preguntas sobre equidad, seguridad y sostenibilidad.

Para el futuro, será crucial diversificar la producción de chips y priorizar la eficiencia energética. Hay iniciativas como la de Intel en Ohio o los esfuerzos de Europa por desarrollar su propia industria de semiconductores, que a priori parecen pasos en la dirección correcta pero el tiempo apremia y parece que van bastante tarde para sumarse a la carrera. También parece necesario un diálogo sobre el uso responsable de la IA, pero esto ya es arena de otro costal.
En conclusión, los chips para IA son mucho más que componentes de hardware: son el combustible de una revolución que está redefiniendo la magnitud del poder de los países y las empresas en la edad moderna. Como el petróleo en el pasado, su control determinará ganadores y perdedores en la economía global, y la pregunta es si lograremos gestionar este recurso con la sabiduría que el petróleo nunca recibió.