Hideo Kojima es un autor, un visionario dicen algunos con una mirada cinematográfica inconfundible dentro del vasto universo de los videojuegos. Tras su salida de Konami, un capítulo que para muchos sería un freno para su trayectoria, Kojima Productions emergió como el lienzo definitivo para su ilimitada imaginación. Death Stranding, la primera incursión de este nuevo (pero ya veterano) estudio, fue una declaración de intenciones, un juego que desafió las convenciones y polarizó opiniones.
Ahora, en Death Stranding 2 On the Beach, nos encontramos ante la que muchos consideran la obra donde Kojima ha gozado de más libertad, donde de verdad ha puesto toda su visión al servicio de una idea llevando su trayectoria creativa más allá de los visto en cualquiera de sus juegos de las últimas décadas. Con esta continuación ha tenido, por fin, la oportunidad de refinar, expandir y profundizar en su singular universo. Y si las evidencias son tal y como las percibimos, esta segunda parte no solo reafirma esa visión que ha puesto en marcha, sino que la hace más accesible y comprensible para una audiencia más amplia.
Un mundo más comprensible, una conciencia elevada
Tengo que reconocer que nunca he sido un fanboy de Kojima. Cuando todo el mundo le adulaba y le ponía por las nubes por sus Metal Gear, a mí personalmente no me llenaba. Es cierto que firmaba trabajos que casi siempre eran un éxito, con una visión muy distinta a la del resto de estudios pero no terminaba de volverme loco. Todo eso cambió con el primer Death Stranding de 2019, un juego que descubrí durante la pandemia y del que me enamoré. Por muchas razones. La de menos, la narrativa y el extraño mundo que fue capaz de imaginar. La que más, la absoluta sensación de libertad que respiraba cada uno de sus pixels, y la formidable manera de mezclarlo todo para convertir una mala idea, como era la de ser prácticamente unos mensajeros, en una apasionante aventura.
También es cierto que una de las críticas más recurrentes al primer Death Stranding fue su opacidad inicial. El jugador se veía inmerso en un mundo post-apocalíptico lleno de fenómenos extraños —el Declive, una especie de lluvia envejecedora, o los Entes Varados (EV)…— sin una explicación clara e inmediata. Si bien esto contribuía a la atmósfera de misterio y descubrimiento, también podía resultar abrumador. En Death Stranding 2 parece que Kojima ha aprendido esta lección. Sin sacrificar la profundidad narrativa, la secuela parece orientar al jugador hacia una comprensión más rápida de los fenómenos que rigen este mundo y eso ayuda a que rápidamente sepamos cuál es nuestro papel en la nueva historia.
Tras muy poco tiempo de partida descubriremos que los mecanismos de la red Quiral, la naturaleza del Declive y la amenaza de los EV se presentarán de una manera más natural y evidente. Los jugadores serán más conscientes de lo que hacen y por qué lo hacen. La intrincada red de conexiones y consecuencias de cada entrega, cada decisión y cada interacción la vamos a percibir más y mejor encajada dentro de la narrativa general. Ya no estamos tan perdidos como en el primer juego; en su lugar, se nos invita a participar como la principal esperanza de la reconstrucción, por lo que entendemos mejor las implicaciones de cada paso que damos. Esta mayor claridad no simplifica la experiencia, sino que la enriquece, permitiendo al jugador concentrarse en la estrategia y la narrativa en lugar de luchar constantemente contra el mundo por intentar comprender las reglas fundamentales del universo de Kojima.
La esencia permanece, los matices evolucionan
A pesar de la evolución en la comprensión del mundo, la esencia fundamental del primer Death Stranding se mantiene inalterable en su secuela. La premisa central del juego —la de un «simulador de repartidor» con elementos de acción, sigilo y conexión social— sigue siendo el pilar. Sam Porter Bridges, nuestro intrépido transportista, continúa su labor de reconectar a la humanidad, pero esta vez, el escenario se expande más allá de las fracturadas Ciudades Unidas de América.
La misión principal, reconectar México en lugar de los Estados Unidos de América (y más allá, pero si quieres jugarlo no te lo vamos a desvelar), es un cambio geográfico significativo que promete, para empezar, un nuevo escenario, nuevos biomas que dicen ahora los modernos y, por tanto, formas distintas de enfrentarse a los problemas del entorno. Es por eso que las cadenas montañosas, los desiertos y las selvas de México en un primer momento ofrecerán una visión de la saga renovada y muy, muy espectacular. Uno de los grandes logros de este Death Stranding 2 On the Beach es que la potencia gráfica de PS5 (y PS5 Pro sobre todo), permite que todo parezca gigante, inmenso, inabarcable, con un horizonte que se percibe más lejano. Y hay veces que esa visión le somete a uno ante tanta grandeza.
Pero más allá del cambio (o los cambios) de ubicación, la filosofía del primer juego perdura, para bien, y con ella la necesidad imperiosa de forjar lazos, de reconectar mundos y de superar obstáculos (naturales, artificiales y humanos) y de reconstruir una sociedad fragmentada a través de la infraestructura y el esfuerzo colaborativo. Las misiones, aunque contextualizadas, se muestran de una manera diferente pero seguirán girando alrededor de la entrega de paquetes, la construcción de estructuras y la gestión de recursos, manteniendo así la familiaridad para los que ya vienen del primer Death Stranding, mientras vemos cómo se introducen nuevas dinámicas para mantener cierta frescura. Uno de esos detalles es que tendremos mucho ganado, tanto en la velocidad para movernos por el mapa (con vehículos) como a la hora de enfrentarnos ya que los EV no nos parecerán tna invencibles como al principio del primer Death Stranding. Además, tanto los elementos de construcción cooperativa (la comunidad está muy presente todo el rato en el juego) como los de asistencia mutua seguirán siendo cruciales, reforzando la idea de que en un mundo roto la conexión es la única vía para la supervivencia.
El pilar técnico: una experiencia cinematográfica sublime
Si hay un área donde Kojima nunca defrauda es en el apartado técnico y visual. Death Stranding 2 On The Beach no es la excepción. Basándose en el motor Decima, ya pulido y perfeccionado en el primer título, esta secuela eleva el listón. La fidelidad gráfica es, una vez más, de vanguardia, con un nivel de detalle en los modelos de los personajes, los entornos y los efectos climáticos que raya en el fotorrealismo. Las texturas, la iluminación dinámica y la representación del agua y la vegetación son sencillamente impresionantes, creando un mundo creíble y atmosféricamente denso.
Sin embargo, el genio de Kojima trasciende la mera proeza técnica. Su cuidado estilo cinematográfico es lo que verdaderamente eleva la experiencia. Cada fotograma que ayuda a narrar la historia es, en sí mismo… una obra de arte auténtica. La dirección de fotografía, el encuadre de las tomas, la edición y la coreografía de los movimientos de cámara son dignos de una superproducción de Hollywood. Kojima no solo cuenta una historia; la muestra con una maestría visual que pocos en la industria pueden igualar.
Y aquí es donde entra uno de los elementos más distintivos y emocionantes de su obra: la intercalación de canciones en secuencias clave. Al igual que en el primer juego, donde temas de artistas como Low Roar acompañaban momentos de soledad y descubrimiento, Death Stranding 2 promete continuar esta tradición. Estas elecciones musicales no son aleatorias; son meticulosamente seleccionadas para amplificar la emoción, el significado y la atmósfera de una escena. Una canción melancólica mientras Sam atraviesa un paisaje desolado, un tema épico durante una confrontación dramática, o una pieza esperanzadora mientras se establece una nueva conexión, estas fusiones de música y narrativa visual son absolutamente sublimes. No solo realzan la experiencia, sino que la graban en la memoria del jugador mucho después de que los créditos finales hayan terminado. Es una sinergia perfecta entre el arte interactivo y la narrativa lineal, creando momentos inolvidables.
Una historia con identidad, un futuro en expansión
La narrativa de Death Stranding 2 no es simplemente una continuación de la primera entrega; es una evolución con personalidad propia. Si bien algunos de los personajes icónicos de la primera entrega regresan —Sam Porter Bridges, Fragile o Die-Hardman, entre otros—, sus arcos narrativos han evolucionado, y se introducen nuevos rostros que prometen añadir capas de complejidad y misterio. Nada más empezar el juego nos queda claro que hay nuevas amenazas, facciones y dilemas morales que empujarán la trama hacia territorios inexplorados.
Kojima tiene la habilidad de construir universos complejos con mitologías profundas que siempre nos recuerdan a alguna referencia clásica, y Death Stranding 2 parece consolidar aún más su lore personal. La historia no solo busca responder a preguntas pendientes, existenciales, sino que también plantea nuevas incógnitas, expandiendo el universo de una manera que se siente lógica y necesaria. Los temas de conexión, aislamiento, vida y muerte, tan centrales en la historia del primer Death Stranding, se enfocan ahora desde nuevas perspectivas, quizás aprovechando el actual panorama mundial de polarización social, la desinformación o la fragilidad de las comunidades en un mundo que está cada vez más interconectado pero, paradójicamente, más distante y aislado.
El juego ha encontrado un camino para seguir con una saga que merece más entregas en el futuro. Death Stranding 2 On the Beach nunca lo percibirás como una continuación forzada, sino como el siguiente capítulo natural de una historia ambiciosa. La capacidad de Kojima para mantener un equilibrio entre lo familiar y lo novedoso es clave. Nos da más de lo que queremos del original, pero con suficientes giros y expansiones para justificar que la cosa vaya a más. Se trata de un testimonio claro de que la visión de Death Stranding no fue un «one-hit wonder», sino el comienzo de una historia, de una aventura con un potencial narrativo inmenso. Es evidente que el futuro de la saga se antoja brillante, con infinitas posibilidades para explorar y conocer a nuevos personajes, nuevas geografías y nuevas facetas de una condición humana en constante tensión, peligro y evolución. Un mundo post-apocalíptico donde la conexión es la última esperanza.
Un paso nuevo en un viaje interminable
En resumen, Death Stranding 2 On the Beach se perfila como una experiencia colosal dentro de la obra de Hideo Kojima. Pero me quedo con lo que ha hecho lejos de Konami, donde no parecía que gozara de la máxima libertad creativa. Este juego le ha permitido al japonés refinar su visión y hacerla más accesible sin comprometer su profundidad. La mayor claridad que tenemos en la comprensión del mundo del juego, la persistencia de las ideas básicas ya vistas en Death Stranding, el apartado técnico y el estilo cinematográfico sublime —acentuado por esas magistrales selecciones musicales que, aun no siendo un género que me guste, encajan como un guante extraño en la acción—, contribuyen a una experiencia que promete y es memorable.
La historia avanza con una identidad propia, expandiendo un universo que ya deseábamos ver de vuelta y sentando las bases para un futuro prometedor. Death Stranding 2 no es solo un juego; es una declaración artística, un recordatorio del poder narrativo de los videojuegos cuando están en manos de un verdadero genio. Es un viaje que, sin duda, merece ser emprendido y explorado para agitar cada gramo de esencia y degustarlo como si fuera lo último que vamos a hacer en este mundo.