Hay que decir que en los más de 20 años que Microsoft lleva dentro del mercado de las consolas de videojuegos, ha cometido muchos aciertos pero también algunos errores. Y uno de los más sonados de toda su historia se hizo realidad cuando tenía en las tiendas aquella soberbia Xbox 360, ya que solo sirvió para cavar la tumba del estrepitoso fracaso que a partir de 2013 recogería Xbox One. ¿Os acordáis?
Efectivamente, el invento del demonio que permitió a Sony coger la ventaja que tiene ahora mismo tiene un nombre: Kinect. Ese artefacto que pocos han usado, muchos han tenido, y que nació como un intento por atraer al usuario casual que añoraba hacerse con una Wii para transformarse en el rey de las fiestas familiares y con amigos de los fines de semana. Gracias al Wiimote y esos juegos en los que teníamos que movernos como si fuéramos marionetas por todo el salón.
Kinect dice por fin adiós
El caso es que aquella segunda mitad de la primera década de los 2000 nos trajo el éxito colosal de Wii, con sus juegos familiares y esa forma de controlar la acción moviendo el cuerpo en todas direcciones. Y aunque Sony también intentó copiar ese concepto (con los PS Move), no fue tan agresiva como Microsoft, que se lio la manta a la cabeza y puso en el mercado un avanzadísimo sensor capaz de ver lo que tenía delante y, sin accesorios, interpretar el movimiento de nuestros brazos y piernas.
Pero claro, lanzar Kinect en pleno éxito de Xbox 360 no fue un problema porque se trataba de una máquina muy asentada y que consiguió arrebatar el liderazgo a PS3 en mercados como EE.UU. o Reino Unido, por lo que Microsoft podía permitirse ser especialmente exigente en desarrollar una tecnología puntera a un precio ciertamente elevado.
El problema llegó con Xbox One, cuando a alguien de Microsoft se le ocurrió la idea de incluir sí o sí, sin posibilidad de elegir, Kinect dentro del bundle de lanzamiento de la consola y, encima, hacerlo subiendo el precio 100 euros sobre su principal competidora: Sony con su PS4. No hay que decir que el fracaso fue absoluto, estrepitoso, y cuando quisieron quitarse de encima ese periférico infernal, la carrera ya estaba prácticamente decidida. Solo hay que ver el número de unidades que vendió PS4 desde su lanzamiento, y el de la nueva consola de por aquel entonces de Microsoft.
Por fin lo sepultan para siempre
Así que sí, Kinect ha sido el principal lastre que ha condicionado la estrategia de Microsoft en la última década y la razón por la que hoy no tenemos una batalla más reñida entre las dos principales compañías de consolas de sobremesa. Por lo que algunos –como quien suscribe– celebrarán por todo lo alto que los de Redmond hayan decidido parar toda la producción de este periférico a partir de ahora, sin moratorias ni nada parecido, mientras que otros lamentarán esta decisión de enterrar para siempre una idea que no fue mala, pero tuvo mal encaje dentro de la estrategia general de la compañía.
Nadie le quitará méritos a los norteamericanos por lo avanzada que fue su apuesta, por el salto tecnológico que supuso, pero sí podemos echarle en cara esa confianza ciega que tuvo a pesar de lo que nos viene indicando la cruda realidad a lo largo de toda la historia: un periférico que no aporta nada sustancial a la experiencia de un videojuego (salvo los mandos) termina por convertirse en un trasto que nadie usa. Ese fue el caso de Kinect, de los PS Move, de las 3D en televisiones y de otros muchos inventos cuyas modas se las ha terminado llevando el viento.
Descanse en paz Kinect, y ojalá nunca te hubieran inventado…