Una de las principales ventajas que tienen los ordenadores de sobremesa frente a los portátiles es que podemos ampliarlos hasta el infinitivo y más allá, alargando considerablemente su vida útil reemplazando los componentes de forma independiente.
Además, no nos enfrentamos un problema como el que tienen ahora muchos usuarios que, con el fin del soporte de Windows 10, ya que con tan solo actualizar el procesador a uno que sea igual o superior al Intel Core de 8ª generación o un AMD Ryzen 2000 en adelante es suficiente.
Cuando iniciamos sesión por primera vez en un PC con Windows, Microsoft no solo registra la licencia a nuestra cuenta, sino que, además, también registra el hardware que estamos utilizando.
De esta forma, si formateamos el PC, no será necesario volver a introducir el código de licencia que estábamos utilizando, Windows lo obtendrá automáticamente desde nuestra cuenta. ¿Qué pasa si cambiamos el procesador?
Cambiar el procesador de un PC no implica comprar una nueva licencia
Si hacemos algún cambio importante en nuestro PC, como, por ejemplo, la CPU, Windows no nos pondrá ninguna pega a la hora de seguir utilizando el ordenador, independientemente de si hacemos el cambio con el sistema operativo ya instalado o si hacemos borrón y cuenta nueva.
Windows considera un cambio de procesador como una actualización del hardware del equipo, ya que se conserva la misma placa base, que, podríamos decir, es la base (nunca mejor dicho) del ordenador, donde se conectan todos los componentes de un PC.
Cambiar la placa base de un PC requiere de una nueva licencia de Windows
Si el procesador que vamos a utilizar no es compatible con la placa base, si tenemos un problema, ya que, además, debemos reemplazarla. Esto si supone de un cambio importante en el hardware del equipo, un cambio que Windows detectará y no nos permitirá seguir utilizando la misma licencia como hasta ahora. Como podéis imaginar esto implica que a la hora de instalar el sistema operativo tendréis que utilizar una nueva licencia para poder utilizarlo aunque esto depende en gran medida de qué tipo sea la key de activación que habéis comprado.
No todas las licencias de Windows son iguales
No todas las licencias son exactamente igual. En el mercado podemos encontrar dos tipos de licencias de Windows: Retail y OEM.
Licencias OEM
Las licencias OEM son las licencias que podemos encontrar en el mercado por entre 20 y 30 euros, licencias que van asociadas a un hardware concreto especialmente a la placa base, por lo que, si la cambiamos, Windows nos invitará a comprar una nueva licencia. Al ser más baratas son una solución buena para aquellos sistemas que necesitan un sistema operativo activado sin necesidad de invertir demasiado dinero, por ejemplo muchos de los portátiles que hay en el mercado incluyen una licencia OEM que obviamente entra dentro de la garantía del mismo.
Si el usuario formatea el PC y pierde la licencia hay ocasiones en las que el vendedor puede indicar esto como un fallo en la devolución para evitar que el usuario pueda solicitar un reembolso aunque el resto de aspectos de la garantía deberían seguir teniéndose en cuenta, por ejemplo una reparación no debería ser un problema en el que afecte el sistema operativo.
Licencias Retail
Si hablamos de las licencias Retail, hablamos de la licencia que vende Microsoft a partir de 145 euros para la versión Home de Windows 11 y que sube hasta los 259 euros para la versión Pro. Este tipo de licencias permite a los usuarios transferir la licencia a otros equipos.
De esta forma, si cambiamos por completo el PC, vamos a poder seguir utilizando la misma licencia sin necesidad de comprar una nueva, pero, al igual que con licencia OEM, no podemos utilizarla en dos equipos de forma conjunta.
Al cambiar la placa base o el equipo completo, al introducir los datos de nuestra cuenta de Microsoft donde se almacena la licencia, Windows nos invitará a volver a activarla, método con el que se sustituye el hardware de nuestro PC almacenado en los servidores de Microsoft por el del nuevo equipo.