Es obvio que este mundo conectado en el que nos ha tocado vivir nos está cambiando a todos profundamente, porque hemos pasado de un círculo de influencia muy limitado, prácticamente a nuestro entorno personal, a otro que va más allá de nuestro pueblo, provincia, comunidad autónoma e incluso país. Pero estaréis pensando, ¿qué tiene que ver todo eso con que las compañías de videojuegos hagan con nosotros lo que les dé la gana y nos cobren por contenidos que muchas veces son auténticos despropósitos?
La palabra que explica ese fenómeno y tiene que ver con el mundo actual en el que vivimos es FOMO, que es la abreviatura en inglés de «fear of missing out«, es decir, «miedo a perderse algo» y quedar fuera de la conversación, de la moda, del criterio general de la comunidad o de lo que sea. Es aplicable a todos los ámbitos, desde redes sociales a relaciones personales y, por supuesto, videojuegos. Que es lo que aquí nos preocupa de verdad.
¿Juegos beta y contenidos carísimos solo por el FOMO?
Las compañías llevan unos años en los que no se deben creer lo que está pasando porque han sido capaces de subirnos los precios delante de nuestras narices sin apenas oposición. Sí, nos quejamos en redes sociales pero después vamos a la tienda y pagamos. Pasamos por el aro. Igual ocurre con los infinitos DLC y contenidos de expansión, que siempre nos queda la idea de que eso antes hubiera estado dentro del juego principal, pero por lo que sea no les ha dado tiempo a meterlo.
Es más, el problema de ese FOMO que padecemos tú y yo, en mayor o menor medida, es precisamente el miedo a quedarnos fuera de la moda, de lo que todo el mundo dice tener. El miedo a decir en un círculo de amiguetes que no hemos probado algo, lo que nos deja automáticamente apartados en un rincón porque no podemos aportar nada. Así que al final, en vez de tener una actitud militante ante los abusos de la industria, pasamos por el aro y vamos comprando y comprando sin sentido.
Eso provoca dos problemas gordos. El primero es que acumulamos y acumulamos juegos que quedan guardados en la biblioteca de Steam, PS5, Xbox o Switch sin que los vayamos a tocar nunca. Los hemos comprado porque todo el mundo lo hace, pero ya está. Y luego ni los miramos. Y lo segundo es que ese gregarismo del que hacemos gala termina por dar la razón a los publishers, que ven que a pesar de las campañas en contra (#NintendoBajaLosPrecios) al final las reservas de Switch 2, por ejemplo, van lanzadas y están completamente agotadísimas.
Es difícil resistirse a comprar juegos
El caso es que al final llegamos al mercado actual de los videojuegos. Uno en el que damos por bueno que lleguen juegos a 90 euros, o que estén incompletos, prácticamente como si fueran beta, y que acaben por engañarnos y cobrarnos mucho más porque tenemos el pase de temporada asegurado (como si se fueran a acabar en digital) o tres días de juego anticipado frente al resto de mortales que han optado por una edición estándar. El absurdo ha llegado para quedarse en cosas como esa: nos cobran casi 30 euros más solo porque podamos decir, y publicar en redes sociales, que hemos jugado antes que tú, o que yo si lo compras tú.
Al final los grandes ganadores son los estudios, que nos quieren separados, inactivos y poco militantes. Si fuéramos conscientes de que no pasa nada por no tener ese juego que acaba de llegar en unas condiciones leoninas, aunque lo tengan todos tus colegas, o que sea la moda en RR.SS. no nos afecta porque no nos gusta una política de precios o no estamos de acuerdo con algo, seguro que nos iría mejor. Porque las compañías recibirían un mensaje claro y nítido: si nos tomas el pelo, lo pagas. Y ahora eso no ocurre. El FOMO.